#MeNiegoA un minuto de silencio más

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No ha acabado el año y ya son 45 las mujeres asesinadas en España por violencia machista a manos de sus parejas o exparejas. Junto a 8 de sus hijos pasarán a engrosar esa lista vergonzosa de más de 1.000 mujeres asesinadas en los últimos 15 años. Si algo ha sobrado y sobra es, precisamente, silencio, por eso, me adhiero a la fenomenal campaña puesta en marcha por Oxfam Intermon, y #MeNiegoA un sólo minuto de silencio más.

Llega el 25 de noviembre y asistimos a un aluvión de jornadas, congresos, actos institucionales y especiales en los medios de comunicación que nos recuerdan, cada vez más, que la violencia machista es un problema de todos y que es preciso denunciar, acompañar, asesorar y dar la voz de alarma ante el primer síntoma. Faltaría más. Sin embargo, algo está fallando cuando año tras año vemos cómo las cifras de denuncias siguen aumentando. Prefiero pensar que no es que se maltrate más, sino que se denuncia más, pero eso no me consuela. Sobre todo si reparo en el dato de que algunas de las asesinadas, un 30% en 2016, habían denunciado previamente.

Recomiendo una lectura crítica del informe de la subcomisión creada en el Congreso para la elaboración de un Pacto de Estado en materia de violencia de género. En el diagnóstico de la situación, puede leerse: “La violencia de género es la manifestación más cruel e inhumana de la secular desigualdad existente entre mujeres y hombres en el mundo, y se produce conindependencia del nivel social, cultural o económico. Todas las sociedades patriarcales han discriminado históricamente a las mujeres, relegándolas a un papel secundario, generalmente vinculado a su rol de madres, educadoras y cuidadoras.” De esto podría inferirse que una política integral de lucha contra la violencia machista debería basarse en acabar tajantemente con esa desigualdad. Sin embargo, la realidad es bien distinta.

La desigualdad muestra una de sus caras más amargas en las diferencias salariales. Según el informe La falta de políticas de igualdad en el empleo incrementa la brecha salarial, elaborado por UGT en febrero de 2017, en España las mujeres cobramos de media un 23,25% menos que los hombres, diferencia que se fue reduciendo entre el año 1995 y 2010, momento en el cual comenzó a crecer, fruto de las políticas de ajuste.

Esta desigualdad se agrava notablemente en la jubilación, llegando a alcanzar cotas del 34%. En España el dato hay que interpretarlo dentro de un modelo social caracterizado por la escasa o nula institucionalización  de las políticas familiares, la segmentación del mercado laboral, la permanencia de estructuras familiares tradicionales y la preeminencia del “varón sustentador”, que hace que sigamos siendo las mujeres las que asumamos mayor responsabilidad en el trabajo doméstico y de cuidados, tanto si tenemos un trabajo remunerado como si no.

A estas pinceladas que dibujan la desigualdad económica hay que añadirle la política, es decir, la del Poder. Poder que –por si alguien lo ha olvidado–, a las mujeres nos gusta tanto como a los hombres. Unos datos que me hicieron estremecer, extraídos del artículo “El susto no te lo quita nadie” de Cristina Fallarás publicado en El Dobladillo de Ctxt del pasado mes de marzo: en el Ibex 35 sólo un 18,8% de los puestos de dirección están ocupados por mujeres; de los 196 portavoces parlamentarios que han pasado por la Carrera de San Jerónimo en los últimos 40 años, tan sólo 12 han sido mujeres(9 del grupo Mixto para más coña), y si repasamos los grandes premios nacionales –ya en época democrática, no vayan a interpretar mal–, el Premio Cervantes ha recaído en 4 mujeres de los 41 premiados, el Nacional de las Letras en 4 de 33, el de Narrativa en 3 de 40, el de poesía en 5 de 40 y el Nacional de Ensayo en 3 de 42. Creo que está todo dicho. El poder y su imaginario sigue siendo masculino. Quizá por eso, como acertadamente recordaba el pasado 19 de noviembre la profesora de Filosofía del Derecho María Eugenia Rodríguez Palop en un tweet, “Un día como hoy, en 1933, las mujeres pudimos votar por primera vez en este país. ¿Han visto ustedes alguna celebración? Yo tampoco.”

Por si todas estas incongruencias fueran pocas, hace unos días la portavoz socialista Margarita Robles nos recordaba que el Pacto contra la Violencia de Género acordado en julio aún no ha echado a andar, y si bien es cierto que los presupuestos destinados directamente a Violencia de género van ascendiendo desde el año 2014, también lo es que los destinados a políticas de igualdad entre hombres y mujeres llevan descendiendo desde 2015.

A la luz de todos estos datos, que son sólo una pequeña muestra de lo que hay que mirar para hacer un radiografía de la realidad del patriarcado en España, ¿de qué políticas públicas hablamos? Me temo que de cuidados paliativos cuando el mal está hecho y no hay remedio posible. Esto explicaría muchos de los comportamientos sociales que vemos día a día, como que una mujer que denuncia una violación en grupo sea después investigada insinuando que si hubiera sido violada debería haberse recluido en un psiquiátrico o en un convento de clausura, y que si no es así, quizá es que miente. O la alusión en cualquier tertulia sobre la violencia machista a los casos de las denuncias falsas, que según la memoria de la Fiscalía General del Estado representan un 0,0075% del total, como nos recuerda Sabela Rodríguez en este clarificador artículo en infoLibre.

La única manera de que acabemos con la violencia machista es acabar con el machismo y el patriarcado. Para ello, es imprescindible que todos y todas gritemos alto y claro que #MeNiegoA un sólo minuto de silencio más y #MeComprometoA denunciar todas las situaciones de desigualdad social, política y económica que vea a mi alrededor. Si quieren empezar por los cuentos de Disney, les recomiendo echar un ojo a esta delicia que publica esta semana The New Yorker, “Disney princes reimagined as feminist allies“.

 

Artículo publicado en Infolibre