Ni brutales ni clementes

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Alguien es posible que haya podido decir o escribir que la raíz del periodismo (o una de las raíces) está en lograr la distinción entre la ficción y la realidad.

También, que aún conseguido ese contenido o contenidos reales, su difusión puede ser manipulada o maleable (el oro lo es). Y esto se debe o se puede deber a las fuentes de información que elijamos, y de su elaboración e interpretación que le demos destacaremos un aspecto u otro. Ese es nuestro trabajo. Y tras el mismo, y yéndonos a los extremos, unos la pueden interpretar como de calculada brutalidad y otros como de una especial prudencia o clemencia. Incluso puede llevar a que los hechos sucedidos y reales que ha trabajado el profesional se pongan en duda.

Un ejemplo muy sencillo, o mejor, muy simple. Si un avión sufre un accidente aéreo, es un hecho real. Si nos vamos a las fuentes de la compañía que enfatizan la explicación del accidente por condiciones climatológicas adversas, seremos “clementes” con ellos. Seremos incluso “buenos profesionales”. Y si nos apoyamos en otras fuentes que puedan explicar que el mantenimiento del aparato era débil, que su “vida” se dilataba más de lo aconsejable, etc., entonces podemos ser “brutales”. Son interpretaciones en función de la difusión que hagamos según las fuentes. Pero de lo que no somos responsables es de que se haya producido el accidente. No hemos llevado nubes “malas” a su recorrido, no hemos dilatado su vida útil.

Y ante ello, qué podemos hacer. Pues también algo muy sencillo: no restringir ni reducir el contenido informativo real, incluso cuando éste integre a personas, a organizaciones, a instituciones, a empresas, a la violencia, al terrorismo, a los accidentes, etc., y eso que nos encontraremos con peticiones implícitas (aquí incluyo la autocensura) o explícitas de “moldear” una información para alterar la realidad del hecho informativo.

Nos lanzarán acusaciones por estar en “determinados sitios” y contar lo que allí ocurre. Pero es nuestra profesión, la que nos genera confianza con los ciudadanos y especialmente para afrontar los nuevos desafíos informativos que permitan satisfacer las demandas tradicionales informativas, pero también, y sobre todo, las emergentes demandas de un periodismo abierto y, por qué no, distinto, pero fiel a los hechos reales. Estamos obligados a una permanente adaptación a un entorno complejo y de rápidos cambios sociales que requieren nuevos flujos comunicativos.

Eso sí, nunca seremos “brutales” ni tampoco “clementes”, cuando nuestro objetivo sea la búsqueda de la realidad de los acontecimientos informativos. Seremos y somos periodistas. Que las raíces que nos alimenten (periodísticamente) sean reales y no ficticias.